L.N. / Aranda – martes, 2 de enero de 2024 – Diario de Burgos
El relevo llega por parte de jóvenes preparados, con una visión global y que apuestan por recuperar viñas viejas y variedades autóctonas, como Celia Vizcarra, Francisco Barona, Andrea Sanz o Fernando Ortiz
La innovación tiene premio. También el hecho de no conformarse y estar dispuesto a dar nuevos pasos, por mucho que lleguen en una comarca como la Ribera del Duero, donde el sector vitivinícola va viento en popa gracias a un saber hacer y una tradición que, en numerosas ocasiones, se transmite de generación en generación. Aun así, en la región se respiran nuevos aires. Los jóvenes viticultores y bodegueros que han tomado las riendas llegan pisando fuerte, preparados y con una visión más global. Algunos, con apenas 23 años como Celia Vizcarra, ya han vendimiado en varios países. Y aunque no existe un único patrón, sí que coinciden en dos factores: su deseo de recuperar los viñedos viejos y su apuesta por variedades autóctonas que han llegado a caer en el olvido.
En esas se encuentran Fernando Ortiz, de Territorio Luthier; Francisco Barona; Andrea Sanz y Pablo Arranz, al frente de Magna Vides; y la propia Vizcarra, entre otros. Y así se lo reconoce la crítica internacional. En su último informe, el prestigioso master of wine Tim Atkin ya destacó que Ribera del Duero vive una fase «apasionante» gracias a una mezcla de veteranía y un grupo de «enólogos muy talentosos», que han viajado más que sus predecesores y cuentan con experiencia en zonas tan prestigiosas a nivel vitivinícola como Burdeos, California, Sudáfrica o Chile. Pero no sólo eso. A su juicio, esta savia nueva que brota en la comarca «está llevando a la región a nuevos niveles». Los protagonistas remarcan que detrás de cada uno de sus proyectos se halla una perspectiva ligeramente distinta a la que reinaba en la zona, sin miedo a salirse del carril cuando así lo consideran y marcada por la búsqueda de una frescura y delicadeza frente a la potencia de los vinos más clásicos.
No se olvidan de la emoción, otra de las claves. «Al final, el viñedo es una especie de lienzo en blanco para dar rienda suelta a nuestra creatividad», subraya Andrea Sanz. A lo que Francisco Barona añade:«Nuestros vinos están a la altura de las bodegas más prestigiosas». Y Fernando Ortiz remata: «Podemos hacer cosas únicas y, sobre todo, creer en ellas».
Celia Vizcarra | Enóloga en Bodegas Vizcarra, en la localidad de Mambrilla de Castrejón
«Formarte y salir fuera hace que te quedes con lo mejor de cada sitio»
Celia Vizcarra ha heredado el amor por las viñas que sienten su padre y su abuelo, que elaboraba vino en un lagar y después lo envejecía en una bodega subterránea. Así que desde bien pequeña ha mamado todo cuanto se cuece en torno a los viñedos. Entre sus primeros recuerdos está el de seleccionar las uvas a mano. Pues bien, cuando acabó sus estudios en el instituto de Roa y llegó el momento de escoger carrera, no tuvo dudas. Se decantó por enología en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona porque «muchos enólogos» se lo habían recomendado. Eso sí, se enfrentaba al reto de estudiar en catalán. Algo que superó con creces al terminar la primera de su promoción. Entre tanto, en 2021, consiguió una beca y se marchó cinco meses a California. Sin tiempo que perder, vivió la vendimia de 2022 en Macán, la bodega riojana de Vega Sicilia. Apenas unos meses después, desde febrero hasta abril (2023), se mudó a Chile y a su regreso a España en mayo recaló en Rueda, en una bodega «donde hacen las cosas bien y se vendimia 100% manual». En su casa, en Mambrilla de Castrejón, su familia le esperaba con los brazos abiertos para una nueva vendimia. Vamos que no podía haber exprimido mejor el tiempo y, como ella misma resume, se ha marcado tres recolectas en un solo año. «Siempre me han animado a formarme y salir fuera. Esto hace que te quedes con lo mejor de cada sitio», detalla, mientras precisa su intención de irse a Francia. A sus 23 años, tiene «mucho mundo» por recorrer. Eso sí, con el tiempo su idea es asentarse en la Ribera.
En cuanto al futuro de la DO, Celia Vizcarra lo ve «con nuevas generaciones que tratan de volver al origen y no tanto ponerse a plantar variedades de fuera». A su juicio, la clave radica en «hacer variedad local, buscar la tipicidad y un toque de frescura que antes no había». En paralelo, trabaja para crear una especie de Martes of Wine, similar al de La Rioja, para reunir a jóvenes y «aprender unos de otros».
Francisco Barona | Enólogo e impulsor de la Bodega Francisco Barona, en Roa de Duero
«Tiene que haber sangre nueva para que la zona sea atractiva»
Francisco Barona se ha criado entre viñas. Su abuelo y su padre cultivaban el terreno y vendían la uva, pero no elaboraban vino. Con 18 años, se marchó a Burdeos a estudiar enología. De ahí dio el salto a la universidad. Entre risas recuerda que aunque en Roa no le gustaban demasiado las clases, en Francia acabó como el primero de su promoción. Después se marchó a California, al Valle de Napa, y en enero de 2009 recaló en Sudáfrica. Unos meses más tarde regresó a la Ribera del Duero y hasta 2020 trabajó en Dominio de Basconcillos. Pero Barona soñaba cada día con hacer su propio vino. Tenía el conocimiento y las ganas. Le propuso a su tío, que vendía sus uvas a Vega Sicilia, elaborar un «Vega Sicilia nuestro». Sin embargo, no le convenció. Así que optó por buscar viñas viejas y emprender su propia aventura. Encontró 5 majuelos, «en muy mal estado», como admite. Eso sí, sabía que si lograba recuperarlos «ahí estaba la autenticidad de Ribera. Me imaginaba que darían unas uvas excelentes». Pidió un préstamo para pagarlos. La gente le decía que estaba loco. Cuando la mayoría plantaba viñas nuevas, Barona se puso a recuperar las viejas. Tenía 25 años. Reconoce que le costó. «Pasaban los años y no daban uvas». Hasta 2014, año en el que obtuvo los primeros racimos. Al probarlos, se dio cuenta de que no se había equivocado. «Eran unas uvas maravillosas», asegura. De ellas salió «un vino muy fresco, sin tanta estructura y potencia como los clásicos de Ribera». Esos caldos no tardaron en sorprender a los distribuidores. El boca a boca funcionó y «desde el primer año tenía el vino vendido antes de elaborarlo». En 2021 dio un nuevo paso con la construcción de su propia bodega en Roa, que él se ha encargado de diseñar. Vamos, que pisa fuerte. «No seríamos nada sin las grandes, pero también tiene que haber sangre nueva para que Ribera siga siendo una zona atractiva», concluye.
Fernando Ortiz | Enólogo y corresponsable de la Bodega Territorio Luthier, en Aranda de Duero
«Estamos viviendo una revolución en calidad y también en creencia»
Fernando Ortiz es uno de los bodegueros que acapara miradas tras poner en marcha en 2009 un proyecto diferente a lo que había en ese momento en Ribera del Duero. Apostó por buscar «la delicadeza, finura y elegancia» de los vinos frente a «la potencia, estructura y madera» que dominaban en aquellos años. Bajo esa premisa nació Territorio Luthier. Dos palabras escogidas con toda la intención. Territorio por la búsqueda y recuperación de las variedades locales, por «sacar adelante el valor de nuestra zona» y «posicionar los vinos donde se merecen», detalla Ortiz. Y luthier por ser un concepto que simboliza «mucho» al tratarse de artesanos que buscan la armonía. Unos elaboran instrumentos que envejecen bien y él, en su bodega de Aranda, hace lo propio con tintos, claretes y blancos.
Todo ello da como resultado unos caldos «elegantes, fáciles de beber y muy agradables». Al final, como remarca Ortiz, su trabajo se basa en «un respeto fundamental a la materia prima y a la labor del enólogo». Aspectos que subrayó Atkin en su informe y con los que coincide Ortiz, quien no duda en defender que en la Ribera del Duero «estamos viviendo una revolución, no sólo en calidad, sino también en creencia, en seguridad, en saber entender lo nuestro y en llevar hacia delante a una DO que debe tener su posición en el mundo». Y ese entendimiento pasa, a su juicio, por el empleo de variedades de uva autóctonas, la recuperación del roble español, así como de los majuelos y viñedos históricos. «Efectivamente, hemos viajado por el mundo y nos hemos dado cuenta del valor de lo nuestro, podemos hacer cosas únicas y, sobre todo, creer en ellas». Así, de Territorio Luthier nacen «vinos de artesanía con mucho cariño». O, como dice Ortiz, «amor líquido». Su ojito derecho son los claretes. «Es lo que más me emociona, lo que más nos llega al corazón», admite, mientras remarca que se trata de la bebida tradicional que tantas fiestas ha alegrado y que ahora, sin duda, «vive SU momento», con mayúsculas.
Andrea Sanz y Pablo Arranz | Creadores del proyecto Magna Vides, en La Aguilera (Aranda de Duero)
«Lo que nos define es arriesgar y la curiosidad por las viñas viejas»
Andrea Sanz y Pablo Arranz lo tenían fácil. Contaban con grandes viñas en La Aguilera y Quintana del Pidio y bien podían haber optado por hacer «el típico Ribera». Sin embargo, decidieron ir más allá y dar rienda suelta a su creatividad, a todo cuanto brota de las emociones. Así surgió Magna Vides, con el lema de ‘hacer lo que amas con los que amas’. «Básicamente, lo que nos define es arriesgar, la innovación y la curiosidad hacia los viñedos antiguos», relata Sanz. Desde 2005, cuando dejaron Madrid y cambiaron sus carreras de ciencias políticas en el caso de ella y de magisterio en el caso de él para instalarse en la comarca, se han marcado como meta «rescatar lo que está olvidado». Ahora cuentan con 20 variedades en sus viñas viejas y, según la campaña, elaboran hasta 13 vinos distintos. Sin embargo, el Consejo Regulador sólo autoriza tres, por lo que a ambos les gustaría que se acaben permitiendo las variedades ibéricas. «Ribera está tomando nota y haciendo cambios. Se está abriendo. Hay un grupo de bodegueros que somos la punta de lanza, que experimentamos por nuestra cuenta y hacemos cada vez más vinos de terroir», subraya Andrea, mientras Pablo añade: «Esa tendencia se está reconociendo. No es ninguna frikada, son vinos de alto nivel». Al final, como remarca Sanz, «estamos orgullosos de lo que tenemos, la tempranillo es nuestra seña de identidad y no renunciamos a ella, sólo añadimos nuestro propio sentir».
Pero no sólo eso. Magna Vides, como defienden sus impulsores, se enmarca dentro de un proyecto de biodiversidad que trata de conservar el patrimonio vitivinícola y mejorarlo. Trabajan todo su viñedo en ecológico en un terruño que definen como «privilegiado» y se erigen como guardianes del paisaje. «No estamos únicamente para producir vino. Hay una vocación social y medioambiental, además de fijar población», destaca Andrea.